Bienvenidos al Ritual del Humo. Hace muchos años, en mi juventud, leí un libro que tuvo impacto positivo en mi vida. Un libro de Napoleón Gil, que posiblemente ya has leído, se llama Piensa y hazte rico. Y ahí Napoleón Gil describe un ritual que él practicaba en el que tenía reuniones imaginarias con personajes de la historia, personajes como Napoleón Bonaparte, como Abraham Lincoln, etc. Bueno, yo empecé a practicar esto y fue interesante. Cuando yo tenía dudas o decisiones que tomar, hacía mis reuniones con personajes que me han impactado a mí, como Isaac Newton, como Mahatma Gandhi, etc. Y estas reuniones se pueden volver muy, muy, muy, muy reales y recibes del éter, de la nada, una cantidad de consejos que ayudan a guiar tu vida. Es muy cool.
Pues ahora quiero contarles que yo también tengo reuniones con mis amigos de la historia, personajes algunos ficticios, unos verdaderos, pero que forman parte del ritual del humo. Y con esta grabación empiezo una serie íntima y ficticia, donde comparto un puro y una conversación con algunas de las figuras más icónicas de la historia, desde Winston Churchill hasta Tony Montana, desde Freud hasta Hemingway. Yo me siento a fumar con ellos como si el humo pudiera romper la barrera del tiempo o de lo que es real o no. Cada episodio será una pausa, cada episodio un encuentro, un homenaje, una reflexión para este ritual del humo que es parte de nuestras vidas. Espero que las disfrutes. Si alguna vez soñaste fumar un puro con algún personaje de la historia y hacerles preguntas que quedaron en el tintero, que nunca se pudieron hacer, te va a encantar esta serie dentro del ritual del humo.
Entonces, quiero contarte una conversación, una fumada muy cool que logré tener con John F. Kennedy. Estábamos en Palm Beach, Florida, no en su despacho oficial ni en su sala de reuniones, sino en el patio trasero de la casa de los Kennedys, la que usaban como residencia de invierno. Era una tarde templada de diciembre, el cielo estaba encendido con tonos dorados, el aire olía a mar, a jardín recién regado y a historia sin resolver. El presidente Kennedy estaba ahí con su clásico estilo relajado, camisa blanca abierta, pantalón kaki, lentes de sol y una postura que combinaba poder con ligereza. Él se quitó los lentes, me miró y sonrió. Sacó dos cigarros Petit Hupmann de una caja de cedro y me preguntó si yo sabía que antes de firmar el embargo a Cuba le pidió a su jefe de prensa que le comprara mil de esos Petit Hupmann y dijo con un tono conspirador: "Solo cuando tuve en mis manos esos puritos que mandé a pedir, entonces yo firmé esa orden para el embargo."
Nos sentamos frente al mar, las sillas eran bajas de mimbre blanco, la mesa estaba entre nosotros, tenía un cenicero de vidrio grueso. Nos tomábamos unas copas de bourbon, teníamos ahí una jarra de agua, no había ningún protocolo, solo una brisa que arrastraba el humo con elegancia. Hablamos de todo, de la crisis de los misiles, de lo que se siente tener el dedo sobre un botón, de cómo el liderazgo a veces se resume en fingir que no tienes miedo, cuando por dentro tiemblas, tiembla el alma. Él me confesó que muchas de sus decisiones más difíciles no las tomó en la Casa Blanca, sino aquí, bajo el cielo, con un puro en su mano. "El poder es un cuarto sin eco," me comentó. "Un puro, en cambio, escucha." También me habló de su padre, de sus hermanos, de las mujeres y del peso de llevar ese apellido, lo que es ser un Kennedy. Dijo que es fumar contra el viento, tienes que saber cuándo dar la calada y cuándo esperar.
El sol se ocultó, el mar quedó en sombras, solo quedaba el sonido de las olas y las brasas de nuestros puros. "A veces," dijo mientras exhalaba el último hilo de humo, "lo más importante no es la decisión, sino cómo la tomas. Y si puedes hacerlo con un puro en la mano, cuanto mejor." Nos quedamos en silencio, un silencio lleno de historia, de aromas de tabaco y de palabras que no necesitaban ser dichas. Este fue el ritual del humo. Espero que te haya gustado mi reunión con Kennedy y en los próximos episodios te contaré de más reuniones interesantes que tuve. La próxima, con Mark Twain. Hasta la próxima.